El primer ordenador que entró en casa era un PC. Era el año 1989 y tenía unas prestaciones que ahora dan risa. Sólo diré que tenía una pantalla monocroma, de fósforo verde, y que costó 250.000 pesetas (1.500 euros).

Fui muy feliz durante un tiempo. ¡Por fin tenía ordenador! No era un Spectrum, MSX, Commodore 64 o Amstrad CPC, es decir, alguno de los típicos ordenadores para jugar de la época. Pero era un ordenador. Con el tiempo, empecé a darme cuenta de que estaba muy limitado para los videojuegos por culpa de la pantalla monocroma. Muchos no cargaban porque necesitaban una pantalla de colores. Empecé a odiar mi pantalla.

Decidí entonces ponerle remedio al asunto. Tenía sólo 16 años pero estaba decidido a conseguir una pantalla de colores: una VGA que tenía una resolución de 640×480 puntos (no recuerdo sí aguantaba también 800×600). Lo mejor de la VGA es que podía mostrar en pantalla miles de colores simultáneamente. Un monitor VGA normalito costaba más de 80.000 pesetas (unos 500 euros). Durante el verano repartí folletos de propaganda y ahorré bastante. Al cabo del tiempo, juntando lo que tenía y el dinero que me daban por cumpleaños, reyes, etc, pude comprarme mi ansiada pantalla VGA. ¡Sííííí!

Con mi nueva pantalla era muy feliz. Por fin dejaba atrás ese verde asqueroso monocromo que me limitó durante tanto tiempo. Ahora podía jugar a todos los videojuegos… ¿A todos? No exactamente, había algunos que tenían unos requisitos de hardware que mi humilde ordenador no tenía. Volvía a estar asqueado.

En eso consiste la adaptación hedónica: cuando te acostumbras a lo que ansiabas tanto, una vez que ya lo tienes y pasa cierto tiempo ya no lo disfrutas ni lo valoras.

La adaptación hedónica es un error de lógica que nos ocurre a todas las personas, independientemente del origen, cultura o estudios. Hay quien ansía un puesto de trabajo determinado y lucha por él durante tiempo con sangre, sudor y lágrimas (bueno, quizá no tanto). Al final, lo consigue y es muy feliz. ¡Ha conseguido su sueño! Pero la adaptación hedónica hace que al cabo del tiempo acabe acostumbrándose a su puesto y que se queje del sueldo, de los compañeros o de los malos jefes que tiene. Cosas parecidas ocurren con relaciones sentimentales que al principio se desean con fervor y con los años se vuelven insulsas por no valorar lo que se tiene.

Hay estudios que afirman que el nivel de felicidad de las personas no cambia sustancialmente cuando les toca la lotería. Los que eran infelices, aunque tengan millones de euros, un chalet y un coche de lujo, volverán a ser infelices después de un tiempo de «alegrías» por las nuevas adquisiciones. Si eran felices, seguirán siendo felices siendo ricos. La gente se acostumbra a su nueva situación en cuestión de pocos meses y vuelve al estado que tenía de felicidad. Adaptación hedónica una vez más.

Para acabar de empeorarlo, la sociedad occidental nos machaca constantemente con mensajes de que necesitamos más y más cosas para ser felices. Y caemos en la trampa más a menudo de lo que nos gustaría.

Un antídoto contra la adaptación hedónica consiste en valorar más lo que tenemos en vez de lo que no tenemos. Eso es más fácil decirlo que hacerlo. Los filósofos estoicos tenían dos técnicas para reducir la insatisfacción permanente que produce la adaptación hedónica: visualización negativa y auto-denegación, dos conceptos que explicaremos con detalle en el episodio 13 sobre los Estoicos.